sábado, 29 de noviembre de 2008

FUTURO PERFECTO JURADO





"...fue quién terminó con mi aplomo, con mi seguridad de saber qué hacer…”
(de “Aquella mancha roja”, de Hugo Portillo)

Basta. La llamaré. La voy a llamar por su nombre. Prescindiré de todas esas expresiones que van a pugnar por salir de mi boca. Concertaré una salida. ¿Podré ocultar mi inquietud al decirlo? Aceptará, sin dudas. ¿Y llegado el momento? No dejaré de pensar en ello.
Hablaremos de la ropa que se habrá puesto. Riéndose, con seguridad, comentará la mía, por supuesto de lo más informal y masculina que se pueda encontrar. Y la calle sabrá de nuestra juventud y de mis palabras que querrán volcarse en sus oídos, muy quedas, muy cerca de su cara para mi placer por el peligro y mi angustia de no proseguir hasta culminar el camino hacia su rostro. Recordaré los cinco años de amigos comunes, de nuestras salidas, del cariño mutuo.
En el momento en el cual decida jugarme el todo por el todo, le confesaré que no será posible continuar con el vínculo amistoso con todos los miembros de la barra. Se detendrá y me preguntará el por qué. Haré yo también un alto, la miraré a los ojos, y le contaré mi dolor y mi dicha. Dolor porque todo lo hermoso de ese sentimiento con los amigos me demandará ser totalmente veraz y, como consecuencia de lo que diga, algo se alterará entre nosotros. Y dicha por la esperanza que no será necesario seguir guardando esto que pugna dentro de mí Le daré como ejemplo a Peter Pan: es necesario que crezcamos. Y en el crecimiento, con seguridad habrá dolor, un envase nuevo para nuestros cuerpos, un contenido nuevo para nuestras almas.
Ese será el momento. Le diré que mi espíritu no podrá soportar más la puja que se ha de incrementar día a día tratando de que la sinceridad se imponga, aún a costa de un alejamiento cuya posibilidad apartaré de mi mente. Pero tan sólo por esos instantes.
Con total sinceridad, tal vez mirando hacia adelante, con la voz más firme que pueda conseguir, le confesaré que no me será posible concebir el mundo sin tenerla a mi lado. Le dejaré en claro que no se trata de esa amistad que nos ha llevado a fiestas, a comidas, a juegos, a estudios comunes, a salidas grupales de la que deberé prescindir si quiero ser coherente, sino el deseo de que entre ella y yo las cosas se den de manera de no tener que separarnos nunca más.
Y en tanto, ¿qué pasará con ella? ¿Querrá cortar la conversación? ¿Me dirá que es una locura o que siente lo mismo? Yo le contaré de mis proyectos de aceptar la beca para estudiar economía en París. Sí, justamente en ese Paris donde ella se radicará para iniciar la licenciatura en letras. Deduciré en voz alta que la vida, el destino, será lo que nos una a través de esa posibilidad conjunta.
Si ella se callara, yo mantendría aún viva la esperanza, la ilusión. Seguiría hablando poniendo la traba del tiempo a una respuesta que pudiera ser negativa. En el camino de la confesión, le hablaré de mis deseos de besarla, de dejar que mis dedos recorran su pelo, de desear que los suyos peinen mis cabellos cortos, los mismos que a su pedido dejaré que me crezcan hasta los hombros como me sugiriera en broma alguna vez. En una entrega total le aseguraré que llegaré al punto de volver a usar aritos si eso la pone feliz, que cambiaré mis ropas tan informales por otras más acordes con la relación que le estaré planteando.
Y Celeste me preguntará cuál es esa relación. Yo le diré, antes de todo, que mi planteo ha de ser la propuesta de una relación de pareja. De un tiempo que hemos de detener para compartirlo siempre juntos, en todo, para todo. Con mis dedos clausuraré sus palabras, me reconoceré en posesión de la mayor inexperiencia en esos temas, pero al par que temor por no poder brindar conocimiento, le ofreceré recorrer en unión la búsqueda y el hallazgo del sentido a la fusión total de nuestros corazones.
No podré resistir más. La he de llamar a su casa. Atenderá el teléfono su mamá, y, como siempre lo hace, me dirá: “Ah… ¿sos vos Noemí? Ya te paso con Celeste.”

Eduardo José Borawski Chanes

No hay comentarios: